“El doble campeón de la ronda gala sufrió una caída con un gran trauma en codo derecho, con una pequeña pérdida de piel, y fractura de tibia”, indicaba el comunicado oficial de los servicios médicos del Tour de Francia.
“Después de la caída, Contador volvió a la bicicleta e intentó durante 18 kilómetros mantenerse en la carrera. A pesar de que hizo los mejores esfuerzos y de una impresionante demostración de poderío, tuvo que abandonar la carrera”, apuntaba el texto.
Cuando escuché esta noticia, estaba escribiendo este artículo; Inmediatamente me hice esta pregunta, ¿Qué impulsó a este hombre a seguir en la carrera durante 18 kilómetros? Independientemente de lo físico, que supongo que no es insignificante, ¿qué pasó por su cabeza?.
A la conclusión que llego, y espero no equivocarme es, que éste señor tiene un gran compromiso no solamente con su equipo, sino consigo mismo, y ese compromiso lo lleva a fijarse objetivos muy claros en cada empresa que acomete, y tratar de alcanzar esos objetivos lo ayudan a tener una actitud positiva, y esa positividad lo motiva, haciéndolo consciente de su tarea, es decir, que calibra las consecuencias.
No es Emoción, es Razón.
Resumen del post:
El vocablo infidelidad viene del Latín “infidelitas”, que significa faltar al compromiso, deslealtad.
El adjetivo de infiel, normalmente lo atribuimos a las personas que no cumplen con la palabra dada a otra, en las relaciones afectivas o sentimentales.
Pero si generalizamos el concepto, somos infieles en diferentes situaciones de nuestra vida, y, ¿por qué no?, en el trabajo.
Si reflexionamos y somos conscientes de las consecuencias, nos encontramos con situaciones de infidelidad o falta de compromiso por parte de los empleados en las empresas grandes y pequeñas, en las privadas y públicas, prácticamente donde haya un jefe y un empleado. Y nos debemos preguntar: ¿por qué?
Estoy segura de que todos conocemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, entre los más importantes de esos derechos, figura éste:
Derecho y deber de trabajar: Que incluye a su vez otros derechos fundamentales.
- Libre elección de profesión u oficio.
- Promoción a través del puesto de trabajo y mejora del puesto.
- Remuneración suficiente.
- No discriminación por edad o sexo en el trabajo.
- Obligación del Estado de velar por una política de pleno empleo.
- Libertad de sindicación y a su vez no obligación de afiliarse.
- Derecho de huelga.
- Derecho a la negociación colectiva.
Adquirir este “derecho” ha tenido un coste muy alto para los hombres y mujeres que lucharon por él, expusieron su vida (algunos la perdieron), dieron su esfuerzo, fueron leales y comprometidos con los demás. La historia nos relata infinidad de hechos, como por ejemplo, la huelga de los trabajadores en los Estados Unidos del 1º de Mayo, para conseguir jornadas de ocho horas, salarios justos, la no explotación de niños, etc.
También nos cuenta sobre Henry Ford, padre de las cadenas de producción.
Este sistema llevaba aparejada la utilización de maquinaria especializada con un gran número de trabajadores en plantilla, con salarios elevados y horario de ocho horas.
Es aquí donde aparece el “fordismo”, tan denostado por algunos, en el que el obrero especializado adquiere un status mayor al del propietario, y que por lo tanto es opuesto al “taylorismo”.
¿Qué es lo que ha pasado?
Un cambio paradigmático en la cultura del trabajo, que ha afectado a valores, como el del esfuerzo, compromiso, lealtad, competitividad, reconocimiento; implantándose la desidia, mediocridad, inmediatez, el corto plazo, el “yo me lo merezco” o el “yo no me lo merezco”.
La perdida de los valores del esfuerzo y la competitividad, son los que más nos deben preocupar.
Esfuerzo es “querer hacer”. Lo podemos operativizar como tener compromiso, voluntad, objetivos, automotivación.
La competitividad es talento, aptitud, capacidad.
Ahora mismo escuchamos por todos los medios, lo bien preparados que están nuestro jóvenes: dos carreras, infinidad de master, algunos idiomas (en la mayoría de los casos financiados por sus padres), pero no los contratan o los echan.
Y al mismo tiempo una gran cantidad de “ninis”, jóvenes que vivieron a costa del logro económico de sus padres.
Posiblemente los primeros y especialmente los segundos, escuchan cantos de sirena, “trabajo basura”, “para lo que me pagan” o “para lo que te pagan”, “no estoy de acuerdo con los objetivos de la empresa, por eso no los cumplo”, “es su obligación contratarte” ¿A cambio de qué?, si no hay talento, capacidad, esfuerzo, compromiso, en suma fidelidad.
De éste legado también somos responsables las generaciones anteriores. Como dice Santiago Ramón y Cajal: “Razonar y convencer.
Que difícil, largo y trabajoso. ¿Sugestionar? Que fácil, rápido y barato”.
En resumen, tenemos y debemos ser conscientes de que inciden algunos factores, como, malos empresarios (sinvergüenzas que se autodenominan empresarios), la crisis económica que está azotando al mundo, a España, y por ende a las empresas, pero esto no justifica la pérdida de valores, el abandono del compromiso.
Y estoy segura de que jamás en ningún trabajo nos exigirán mantenernos en la carrera con la tibia fracturada (hablando en sentido figurado), a no ser que nosotros mismos nos lo impongamos.
Tenemos derechos y también obligaciones…pero sobre todo debemos querer hacer.
Gabriela Calderón
Licenciada en Administracion de Empresas. Master en Direccion de Empresas. Consultora en CPC Consultores.