LUIS J. BAQUÉ. La globalización, ese fenómeno que suscita tanta controversia, supone la integración de los mercados en la economía global, algo que se ha acelerado de forma exponencial gracias a las nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC), con el desarrollo de Internet y todo lo que ello ha supuesto en términos de conectividad e inmediatez de la información en cualquier parte del mundo dónde pueda accederse a la red de redes.
La globalización es una culminación de la evolución de los mercados.
Resumen del post:
Es aquello del efecto mariposa, que tantas veces hemos oído, sintetizada en la frase de que “el aleteo de una mariposa en oriente puede ocasionar una tormenta en occidente”.
Sin tener que acudir a la teoría del caos, que tiene sus principios basados en la causa-efecto y sus consecuencias en la expansión de un fenómeno de forma exponencial y con impactos diversos en las sucesivas etapas, nos damos cuenta de que no podemos plantear la sostenibilidad de un negocio que aspire a una cierta dimensión, sin tener presente que vivimos en una sociedad global.
Para el Fondo Monetario Internacional (FMI), la globalización se refiere “a la creciente dependencia económica mutua entre los países del mundo ocasionada por el creciente volumen y variedad de transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como por la de flujos internacionales de capitales, y por la aceleración de la difusión de la tecnología en más lugares del mundo”.
Para el Banco Mundial (BM) es “un cambio general que está transformando a la economía mundial, un cambio que se refleja en vinculaciones internacionales cada vez más amplias e intensas del comercio y las finanzas y el impulso universal hacia la liberación del comercio y los mercados de capital por la creciente internacionalización, y por un cambio tecnológico que está erosionando con rapidez las barreras que obstaculizan el comercio internacional de bienes y servicios y la movilidad del capital”.
Numerosas organizaciones internacionales, como las citadas BM y FMI, así como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), han analizado el impacto positivo que las medidas liberalizadoras aplicadas al comercio tienen en el grado de crecimiento de las economías nacionales y en la creación de puestos de trabajo, mediante mediciones realizadas en los últimos 60 años y que lo ponen en evidencia de forma concluyente.
Cuando hablamos de mercados, estamos considerando no solamente los financieros (flujos de capitales), sino también los de materias primas, de productos fabricados en diferentes estadios del proceso manufacturero y de servicios.
El fenómeno de la globalización está fuertemente ligado al concepto de interdependencia y de movilidad, y sin duda son los mercados de capitales los que, por su propia naturaleza, más se acercan a éste último. El desarrollo de productos financieros como los derivados u otros instrumentos, han favorecido el crecimiento del mercado crediticio.
Aún así, dependiendo de los países, existen obstáculos en su camino en forma de barreras establecidas a través de mecanismos de control, que pueden ir desde regulaciones relajadas a otras muy estrictas.
Cuando los países han tratado de atraer el interés inversor extranjero, facilitando el flujo de capitales, han ido estableciendo estructuras legales que amparen estas operaciones bajo un paraguas de seguridad jurídica, permitiendo no solamente la entrada de capitales del exterior sino también la repatriación de los beneficios.
Por el contrario, cuando falta esa seguridad jurídica y se cambian las reglas del juego en medio del partido, bien mediante expropiaciones forzosas sin mediar acuerdo sobre el justiprecio a pagar al inversor o con cambios legales, fiscales o de cualquier otra naturaleza que acaben afectando a las expectativas iniciales de recuperación de la inversión, los flujos de capital se retraen.
En estas trabas a la inversión extranjera, podemos encontrar una de las causas por las que vemos cómo en muchos países de la América Latina, las previsiones que se hicieron de crecimiento económico para la primera década del siglo XXI, han quedado muy por debajo en los resultados reales, por ese aumento de la incertidumbre entre los inversores extranjeros.
También registramos esa movilidad e interdependencia en el comercio global de bienes y servicios, donde la necesidad de buscar nuevos mercados y nuevas oportunidades de desarrollo económico, han permitido alcanzar acuerdos entre diferentes áreas geopolíticas para la apertura de las transacciones comerciales, con desarmes arancelarios totales o parciales, dependiendo del grado de proteccionismo imperante en cada momento histórico.
La globalización no es un proceso que esté exento de avances y retrocesos en su desarrollo a lo largo del tiempo.
Los países integrantes del G20, que defendieron ayudar al incremento de la apertura del comercio mundial en la Cumbre de Cannes (Francia) y que acordaron prorrogar hasta su compromiso de abstenerse de políticas proteccionistas en la cumbre de Los Cabos (México) , no parece que vayan a cumplir sus promesas de forma relevante.
Salvo un cambio de tendencia, que no parece vislumbrarse, son muy reveladores los datos del ICC (International Chamber of Commerce) en su informe ICC Research Foundation, que publica el ICC Open Markets Index (ICC OMI), cuyo propósito es monitorizar la apertura del comercio y la inversión, de acuerdo con los compromisos adquiridos por los diferentes gobiernos, proporcionando una referencia para medir la actuación de los países en esta materia.
Su metodología basada en el estudio de cuatro componentes, abarca un total de 75 países, de los cuales un 35% corresponden a economías desarrolladas y un 37% a emergentes en fases diferentes de desarrollo, y que constituyen el 95% de las transacciones comerciales mundiales.
Un componente mide el grado de apertura del comercio exterior a través de la relación entre el valor de las importaciones y exportaciones de bienes y servicios con el PIB, con la cantidad de población y calcula también su crecimiento real en el largo plazo.
Otro componente contempla las políticas aplicadas al comercio a través de medidas arancelarias y del grado de complejidad de los procedimientos administrativos en los procesos de importación y exportación.
Un tercero analiza los flujos de entrada de capitales internacionales y su relación con el PIB, con la formación bruta de capital fijo (FBCF), con la permanencia o stock de ese capital exterior y con la mayor o menor complejidad para iniciar negocios fuera del país. Y por último el índice considera las infraestructuras nacionales disponibles para canalizar el comercio con el exterior.
El grado de apertura comercial alcanzado por los países integrantes del G-20, no los sitúa en los primeros puestos de la clasificación, destacando tan solo Alemania que lidera a los países del grupo con la posición 19, teniendo que descender hasta la 26 para encontrar al siguiente, en este caso el Reino Unido. Sorprende la situación de Estados Unidos hacia la mitad de tabla y la de Brasil que ocupa la última posición.
Solamente dos economías, Hong Kong y Singapur, se sitúan por encima de los 5 puntos, categoría calificada de excelente o de mayor apertura. El índice considera como valoración media de apertura las puntuaciones entre 3 y 4, quedando curiosamente por debajo de dicha media los países denominados BRIC (Brasil, Rusia, India y China).
Otro ejemplo poco alentador del grado de apertura del comercio mundial, son las negociaciones entabladas en la pasada VI Cumbre ALCUE (América Latina, Caribe, Unión Europea), celebrada en Madrid, para incrementar el comercio entre la UE y Mercosur, que anotan pocos avances y resultados concretos.
La gran cantidad de información que hoy podemos manejar gracias a las nuevas TIC, nos lleva a darnos cuenta de que no somos sociedades aisladas que podemos vivir ajenos a los cambios y desarrollos de todo tipo que se producen en otros lugares del planeta. La creciente integración de las economías nacionales y de sus bases sociales es un hecho irrebatible.
Hoy, sin ir más lejos, estamos inmersos en una crisis trasnacional, que aunque tenga sustratos de desarrollo diferentes en cada país, dependiendo de su modelo productivo, nadie niega el efecto contagio que se ha producido desde su origen.
Hoy no nos extrañamos de que la tasa de crecimiento del comercio mundial de bienes y servicios a través de los diferentes países, crezca anualmente en porcentajes que superan ampliamente el de la tasa de crecimiento de la economía a nivel mundial.
La actual crisis financiera y de deuda que azota en estos momentos a una gran parte de las economías mundiales, no constituye una ayuda para un cambio positivo en el progresivo desmantelamiento de las políticas proteccionistas.
Todo lo contrario.
Estamos viendo cómo en muchos países se vuelve a actuaciones que creíamos superadas, levantando barreras que dificulten los intercambios comerciales en un intento desesperado de fomentar las industrias nacionales, volviendo a planteamientos autárquicos, que como la historia ha demostrado en tantas ocasiones, son utilizando el dicho popular, “pan para hoy y hambre para mañana”.
No habíamos mencionado hasta ahora otro mercado susceptible de movilidad e intercambio: el mercado laboral. El proceso de globalización, aunque con algunos avances, encuentra todavía serios obstáculos para poder hablar de un mercado global de trabajo.
Ni siquiera en el área de la UE ha sido posible todavía establecer en todos sus miembros una auténtica libre circulación de trabajadores, a pesar de figurar como una aspiración en sus tratados. Los flujos migratorios entre países están controlados y las épocas de recesión económica reducen las posibilidades de circulación mediante el endurecimiento de las condiciones legales para el trabajo de extranjeros.
Todo ello sin tener en cuenta las barreras naturales debidas a las diferencias culturales, religiosas , idiomáticas e incluso familiares.
En un análisis realizado el pasado año por Ernst & Young sobre la evolución del fenómeno de la globalización a través de diferentes parámetros de observación, la conclusión es de que el proceso se ha ralentizado en lo relativo al comercio de bienes y servicios, volviendo a los niveles anteriores a la crisis que padecemos.
El movimiento de capitales, por el contrario, muestra un incremento estable. Sin embargo donde reside la visión más optimista es en el intercambio de tecnologías y en el flujo de capital intelectual, sin duda propiciado por el avance de las TIC. Ambos son considerados por Ernst & Young como los impulsores del cambio que puede estar en el horizonte.
La búsqueda de talento, de profesionales con las aptitudes y la experiencia que las empresas necesitan, constituye un nuevo intercambio a través de los países, un movimiento de capital intelectual que se solaparía al del capital humano.
El índice de globalización elaborado por Ernst & Young, nos permite observar no solamente la evolución del comercio de bienes y servicios, que nos ofrece el ICC OMI, sino también, además de los intercambios de tecnologías y conocimiento, los movimientos laborales a través del estudio de las tasas netas migratorias, la contratación de trabajadores extranjeros y poniéndolo en relación con el PIB, así como la integración de otras culturas basada en las entradas de extranjeros y salidas de nacionales para viajes de turismo, tráfico telefónico desde y hacia el exterior y la influencia en la cultura nacional de la de otros países o regiones del mundo.
De un total de 60 países, España ocupaba en el pasado año 2012 la posición 20, Reino Unido la 10, Alemania la 11, Francia la 14 y Estados Unidos el puesto 25. Es a partir de la posición 37 ocupada por Méjico, donde podemos comenzar a localizar algunos países latinoamericanos como Perú, Colombia, Ecuador y Argentina.
Las consecuencias de este imparable fenómeno de la globalización, no son siempre predecibles por lo que tampoco resulta fácil establecer sus consecuencias más allá de las que ya conocemos o vislumbramos con relativa probabilidad de acierto.
Sin embargo sí podemos resaltar algunos de sus beneficios y también de sus desventajas, constatables a día de hoy, aun cuando con sombras y luces, el balance desde mediados del pasado siglo sería claramente positivo.
Los intercambios tecnológicos y de conocimiento han permitido la introducción de avances en países emergentes desde otros más desarrollados, favoreciendo la creación de riqueza y facilitando un paso adelante en la utilización de nuevas tecnologías.
Pensemos en la penetración de las comunicaciones en áreas “infradesarrolladas” mejorando el acceso al mundo exterior, anteriormente impensable. La apertura a mercados más grandes contribuye a la utilización de economías de escala, con la consiguiente reducción de los costes de fabricación.
También podríamos atribuir a la globalización, la expansión de marcas conocidas a nivel global de la mano de compañías trasnacionales, ejerciendo en algunos casos como puntas de lanza para el desarrollo local de industrias de los mismos sectores, buscando una ventaja competitiva para diferenciarse.
Como un beneficio podemos calificar también el grado de especialización de algunos países en determinados sectores industriales, representando un incentivo en los procesos de mejora y competitividad y que se logra mediante la aplicación del principio de las “ventajas comparativas”, acuñado por el economista inglés David Ricardo en 1817, que consideraba que los países debían especializarse en la producción de aquellos bienes y servicios en los que disfrutaran de una ventaja en coste, tanto de forma absoluta por su mayor volumen respecto a otros países, como de forma comparativa por ser más productivos y eficientes al realizar la confrontación con aquellos, lo que llevaría a especializarse en aquel producto o servicio en el que se ejerce un liderazgo importante.
También el llamado “global sourcing”, o la posibilidad de buscar las materias primas allí donde puedan conseguirse al menor coste, podría citarse como beneficio.
Sin embargo, las posibilidades en la selección de la localización de la producción en países donde las regulaciones internas sean menos estrictas y permitan un abaratamiento de los costes manufactureros, algo que vemos con frecuencia actualmente en marcas de reconocido prestigio internacional, presentaría una perspectiva negativa al considerar un posible fenómeno de explotación laboral.
En algunos casos, por el contrario, la situación ha ido revirtiendo, constituyendo un factor de cambio para una mejora progresiva de la renta per cápita del país.
Así anotaríamos entre las desventajas, al menos en una primera etapa, los fenómenos de deslocalización llevados a cabo por grandes corporaciones que pueden tener un serio impacto en economías regionales e incluso nacionales, además de disponer de una gran capacidad de influir en las condiciones de trabajo en los países sobre los que se asientan, cuando éstos no disponen de regulaciones consolidadas y homologables a países desarrollados en materia laboral.
Con el fenómeno de la globalización se puede también ahondar la brecha entre países industrializados con fuerte inversión en tecnologías e I+D+i y aquellos en los que se concentran las industrias intensivas en mano de obra, aprovechando los niveles salariales y de formación más bajos.
Podemos concluir que, como en otros muchos fenómenos, sus consecuencias serán tan beneficiosas como lo sea el uso que hagamos de ella. Utilizando el símil de los vasos comunicantes que trasvasan el líquido desde el de mayor nivel al de menor, la globalización, que algunos denominan mundialización, podría ayudar a igualar los niveles de conocimiento, riqueza y bienestar social, siempre que nuestras diferentes formas de organización social contribuyeran a ello, modulando las fuerzas del mercado.
Siguiendo al economista americano Robert Solomon, en su “Money on the move” (1999), la solución no está en evitar la globalización, sino en modular sus consecuencias, potenciando aquellos aspectos positivos y beneficiosos y tratando de subsanar los negativos como los que impidan fomentar la libre competencia y los que favorezcan cualquier forma de monopolio.
En su repaso sobre las consecuencias de la movilidad del capital, el autor reconoce que la mayoría de las crisis financieras y monetarias no son simplemente achacables a los mercados, por una consecuencia de la voracidad de los especuladores o de un instinto gregario en los comportamientos, sino que siempre pueden encontrarse cooperadores necesarios en las políticas monetarias y fiscales laxas o en los mecanismos de supervisión insuficientes, llevados a cabo por las instituciones financieras domésticas.
LUIS J. BAQUÉ. Ingeniero Naval en las especialidades de Construcción Naval y de Explotación del Buque y Transporte Marítimo por la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Navales de la Universidad Politécnica de Madrid.
Durante su vida profesional ha realizado diversos cursos sobre Gestión de Recursos Humanos, Leadership Development, Couching, Tack Developing People, Técnicas de Negociación. Los perfiles que han marcado su trayectoria profesional son los de Jefe de Línea de Producto, Director de división, Director Comercial y el de Director General en su última posición en Sauer-Danfoss S.A. Compañía filial de la multinacional Sauer-Danfoss Inc. que cotiza en la bolsa de Nueva York.