En 2011, murió Kim Jong-il, el líder dictatorial de Corea del Norte (definido por los medios cercanos como el “último Stalinista”).
El mundo pudo comprobar que, desde una presentadora de televisión hasta un simple ciudadano lloraban su muerte de una manera teatral; no digo que alguno no lo sintieran, pero esa forma tan ostensible de “desgarrarse las vestiduras”, tirarse al suelo, con manifestaciones tan exageradas de dolor asombraban a los que las veíamos, repitiéndose en todo lugar y momento.
Me imagino que posiblemente con mayor intensidad delante de una cámara o micrófono.
Una vez más, la manipulación social se hacia presente.
Resumen del post:
Hace muchos años, durante mis estudios en la universidad aprendí a comprender este “juego” de control y manipulación.
Pero no fue hasta hace algún tiempo, cuando lo pude entender en toda su dimensión.
Estábamos en la Plaza de la Revolución de la Habana, a unos 35 grados, con un sol que abrazaba y una humedad asfixiante y alguien señaló que ese era el lugar donde Fidel Castro daba sus discursos revolucionarios, de más de 10 horas y las personas, “el pueblo”, permanecía todo ese tiempo de pie escuchando.
Parecía increíble que eso hubiera sucedido y así lo comentamos.
¿Quién puede estar de pie, mantenerse atento durante toda esa cantidad de horas y bajo esas condiciones?.
Fue entonces cuando nos explicaron que no era muy difícil conseguirlo, dependía de un plan, de una historia de aprendizaje y una poderosa administración de consecuencias.
Así supimos que el sistema no lo inventó Castro, fue Stalin, y ciertamente lo utilizan muchos tiranos del mundo, los lideranos (líderes y tiranos).
Cuando Stalin terminaba alguna reunión, exposición o lo que sea, delante de sus seguidores, estos invariablemente “arrancaban” a aplaudir con entusiasmo durante muchos minutos.
El asunto es que ser el primer “camarada” que dejaba de aplaudir, significaba que no se estaba totalmente de acuerdo, o no creía o no se comprometía con la idea o planeamiento del “Liderano”, y posteriormente era tildado de antirrevolucionario, es decir fascista y anticomunista, con todo lo que eso conllevaba, aislamiento, persecución, cárcel, extradición o simplemente asesinato.
Por eso nadie se atrevía a dejar de aplaudir antes que los demás. Se producía una situación absolutamente ridícula (lo malo es que es muy real) y al final, como mecanismo de pura supervivencia, había un momento y un punto donde todos dejaban de aplaudir al mismo tiempo, (era una forma de apoyo y comprensión mutua) una vez demostrado el entusiasmo, la firmeza y apoyo a las ideas del Líder.
Pues bien eso mismo pasaba en la Habana, pero además de pie, a pleno sol y durante horas, cualquiera que se marchara, desvaneciera, era considerado un antirrevolucionario. Ciertamente eso creó un alto nivel de solidaridad, si tienes una “urgencia” yo te cubro y viceversa.
Pero esa situación tiene una doble implicación, Castro hablaba porque nadie se marchaba, además estaban atentos y aplaudían. Y evidentemente, mientras que Castro siga hablando, seguiremos escuchándole, aplaudiendo y por supuesto, a nadie se le ocurriría marcharse.
Absolutamente Kafkiano. (Como dice un amigo mío, “al final con tanta tontería estamos haciendo que Kafka termine siendo un escritor costumbrista”).
Y volviendo a Corea, ya hemos podido comprobar que las represalias, persecuciones y exilios se materializaron en todos aquellos que no lloraron lo suficiente o al menos de manera convincente.
Todo lo anterior, sobre hechos ciertos, puede ayudarnos para explicar cómo el Liderazgo se puede alcanzar de manera indigna, basándose en el miedo o temor. Es evidente que en nuestro entorno no es necesario tener a la gente aplaudiendo, llorando o escuchando horas de pie, para conseguir sentirse importante.
No hace falta ser tan directos en el control y la manipulación, pero es evidente que muchos de nuestros “líderes” lo intentan (También se puede leer directivos).
Continuamente se envían mensajes del tipo “políticamente incorrecto” para descalificar cualquier opinión diferente, particularmente nueva, novedosa o simplemente divergente, a la que los lideranos (líderes – tiranos) consideran inadecuada -obviamente a sus intereses-.
Pero quizás lo básico consiste en conocer el procedimiento, que empieza con la construcción, primero de una opinión pública, para después utilizarla como referencia y luego sancionar a todo aquel que no se encuentra dentro de los criterios previamente señalados.
En síntesis, construir una realidad a la medida del liderano, presentarla como realidad histórica, verdadera, y sobre todo única; sometiendo a todos al culto de esa verdad construida y mantenida mediante la cultura del miedo y temor constante y así hasta que todo el mundo termine aplaudiendo.
El mecanismo de control que subyace sigue siendo el miedo, el temor a ser excluido, marginado o algo tan sencillo y básico como el temor a perder todo, empezando por la vida misma.
Por eso “lloramos y aplaudimos”, como forma práctica y realista para escapar a las consecuencias de no hacerlo.
A la vez que el hacerlo nos garantiza no estar en las lista de los “malos”, por lo que se produce una doble situación, escapas al castigo y a la vez que lo que haces, te salva. No tienes elección, si no lo haces pierdes y si lo haces ganas.
Modelo perverso, pero eficaz de conseguir adeptos incondicionales.
Ahora bien, esta situación la podemos ubicar en cualquier momento de nuestra vida, no solo en lo político sino también en lo social. Pero lo peor es cuando esta situación forma parte de la cultura laboral. Cuando se encuentra integrada plenamente en nuestro sitio de trabajo.
Muchos “Jefes”, más de los que creemos, mantienen y fomentan el comportamiento del tipo “nadie debe marcharse a su hora, hasta que el jefe no se vaya”, aun cuando él haya llegado al finalizar la mañana y cerca de la hora de “irse”.
Al final muchos directivos se quejan de que no hay creatividad y compromiso, pero cuando alguien da una opinión o hace algo verdaderamente creativo, lo castigan, ya sea clara, directa o sutilmente, quedando marginando, ignorado o excluido de futuros proyectos o planes de acción.
“Ya no tiene nuestra confianza”.
La dirección, muchas veces, no está totalmente orientada por criterios y objetivos profesionales y por lo tanto sus criterios para evaluar y dirigir no son claros ni conocidos, sino que son arbitrarios; así lo que un día vale al otro no, con la consiguiente esquizofrenia de quien lo sufre, valorando la capacidad de relación (vamos, el peloteo), no el trabajo.
En definitiva cuando los lideranos no asumen sus carencias y limitaciones y no piensan en el desarrollo de su equipo, sino en tapar sus inseguridades e incompetencias, podemos decir, de alguna manera, que el modelo Stalinista sigue vivo, para desgracia de los que los que están trabajando y viviendo dentro de él, mientras intentan mejorar y crear nuevas opciones.
En resumen cambiar algunos paradigmas.
Cuando ahora, el camino de salir adelante esta en la internalización, es decir hacer que nuestras empresas se instalen en otros ámbitos, otros medios y otras culturas, la forma de liderar va a marcar una gran diferencia.
Va a generar valor. Va a ser muy importante que los que dirigen sean capaces de crear compromisos, establecer relaciones de fidelidad y coherencia.
El desafío de dirigir internacionalmente requiere de un fuerte liderazgo, donde las viejas o clásicas maneras de liderazgo-dictatorial son una enorme tentación.
Por eso, todos los que se internacionalicen deben estar muy preparados a ejercer un liderazgo ilusionante, positivo y sobre todo muy dialogante si quieren obtener buenos resultados, que justamente es todo lo contrario de las clásicas e históricas prácticas “lideranas”.
Finalmente, la internacionalización se define como un intercambio de bienes y servicios, es decir estamos hablando de competitividad, y esta, está en manos de las personas que forman parte de las empresas, por eso deben recibir una dirección y vivir un liderazgo nuevo, moderno y vitalmente comprometido con el crecimiento de la empresa y de las personas.
¿Estamos preparados para esto?
Artículo escrito por Enrique Cervantes Vargas
Doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en Psicología Clínica. Titulo otorgado por el Ministerio de Educación y Ciencia. Presidente y director de CPC Grupo.