Soy, como casi todos, usuario de las redes sociales. Comencé en Facebook, que pronto se reveló alejado de mi modus operandi, extraño por invasivo y por requerir mucha atención; continué en Twitter, donde, con discreción y sin caer en abusos, me encuentro razonablemente a gusto. También estudié, en un arrebato, para ser eso que llamamos community manager.
Utilizo WhatsApp con la misma prodigalidad que los demás.
Resumen del post:
Están activas muchas otras plataformas, y hoy, a mí como al resto, no se me escapa que estas redes están configurando el modo en que vivimos y hasta la forma que tenemos de pensar.
Pese a ello, seguimos cometiendo un error de bulto cuando hablamos sobre cuánto importan dichas redes y cuál debe ser nuestro posicionamiento personal y profesional respecto a ellas.
Consiste en considerar que el meollo del fenómeno es su carácter tecnológicamente innovador.
Con esta premisa, encargamos su estudio y optimización a los departamentos de IT, o nos encomendamos al techgeek que nos coge más a mano para arrancarle un consejo un diseñar la estrategia. Y haciendo tal cosa, nos extraviamos.
Ese extravío se convierte en descalabro para todas aquellas organizaciones (sean empresas privadas o no) que estiman que todo el asunto no les atañe, puesto que su negocio es “de otra clase”, por circular en “medios industriales” a los que no conciernen los individuos, etcétera.
Es una metedura de pata cuyas consecuencias llegan tarde o temprano, a menos que la organización en cuestión recapacite sobre por qué se llaman redes sociales.
Estas redes son, en efecto, principalmente un fenómeno social.
Calibrarlas adecuadamente es una cuestión sociológica y no tecnológica. Para empezar, porque las redes sociales siempre han existido.
Es simpático que algunos vean en ellos una novedad radical: es así como compartimos espacio las personas, estableciendo lazos, intercambiando sensaciones y pensamientos, información y opinión, filias y fobias. Twitter no es más que una versión exponencial de algo que existe desde las cavernas: nuestro afán por comunicarnos con el que está a nuestro lado.
Lo que consigue esta red, como cualquier otra, es llevar un rasgo humano que tiene cientos de miles de años a otra dimensión. Es esto lo que hay que entender bien: cómo un avance tecnológico ha conseguido exacerbar algo que existe desde que existe el ágora, el mercado de abastos, las sociedades civiles o las hermandades, cualquier modo público y abierto de comunidad.
Resulta que los seres humanos desarrollamos formas grupales de pensar que toman pie en cómo nos comunicamos. Creamos pensamiento grupal, conciencias colectivas, e incluso algo más fascinante: adaptamos nuestra manera de pensar a cómo nos relacionamos con nuestros congéneres. En este sentido, Facebook es también una red neuronal.
De nada sirve que, enfrentados a sus muchas vulgaridades (de todo lo masivo se puede extraer banalidad), denostemos su existencia. Quienes se han culturizado en nuestros días no escaparán a un cambio en sus modos de pensar. Serán empleados, directivos, clientes, proveedores, la administración; serán nuestra amenaza y nuestra oportunidad,
Hay dos cuestiones que se ven alteradas dramáticamente con el advenimiento de estas redes-sociales-tecnologizadas de última generación. Ambas competen a lo que pensamos que es verdad.
La primera se refiere al conocimiento puro. Los humanos siempre hemos preferido creernos lo que nos contaba el de al lado antes que lo que decía un sesudo informe.
Pese a nuestros muchos avances, y si atendemos a lo que dice la psicología social (ahí está el experimento de Asch para constatarlo), tendemos a otorgar gran importancia a la información que nos llega de una vía cercana, y eso es justamente lo que replican las redes.
La segunda se refiere a la reputación, y es una lección que la mayoría de marcas conocen muy bien: el ciudadano de hoy decide prevalentemente el prestigio de las entidades por los comentarios cruzados en estas redes. Lo que la gente cree y cómo la gente nos ve ha cambiado para siempre.
De modo que no importa demasiado que creas que las redes sociales no van contigo.
Si tu negocio tiene que ver, siquiera remotamente, con personas (y ¿cuál no?), aquellas te afectan, y todo tiempo invertido en comprenderlas está muy bien empleado.
Y su fruto es inmediato: tu comprador que hoy tiene de veinte a treinta años va a cambiar su relación contigo por haber sido educado en este medio.
Es probable que aprecie más su tiempo y requiera menos contacto visual. Quizá valore la autenticidad y responda menos a eslóganes y más a hechos tangibles. Y es muy posible que busque una relación más interactiva contigo, porque ha crecido en un mundo muy inmediato, abierto veinticuatro horas, y en el que de todo queda constancia. Habita un lugar efímero y a la vez con memoria. Es un lugar distinto en el que, lo quieras o no, vas a operar.
David Cerdá
Es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Sevilla.
Forma parte desde 1997 de la empresa de distribución de productos químicos Brenntag Iberia, donde ha desempeñado diversos puestos en el campo financiero y en el de auditoría interna. Actualmente ostenta el cargo de Director de Innovación, así como el de Responsable del departamento de Finanzas y Controlling. También es formador, conferenciantes y actúa como evaluador y auditor externo de Excelencia y sistemas de gestión de Calidad.